lunes

Vive rápido, baila

“La vida importa lo
que dura el instante”

León de Greiff



La media noche. Las doce. Las calles solas como el mundo. El tiempo sin treguas y este cabello que tanto me estorba. Tanto frío y sin amor, como vivir para vivir. Los perros en la calle dicen que no estamos solos. Miedo a estas horas, tan solas, tan llenas de ruidos, tan llenas de cosas inexplicables. Hace falta el sol y sus diez nubes de sur a norte. Octavio me dejó. No hay nadie cerca, todos bailan, rumbean y al final son otros. Siento la soledad porque todos se fueron de rumba y me dejaron olvidada como un adulto en su rancho de seguridad, como los que se duermen a las ocho, nueve, pensando que el día terminó. No saben de lo que se pierden, de lo que me estoy perdiendo por quedarme en el baño retocándome tanta belleza, tanto maquillaje. Los días no terminan, los días son paquetes de horas cuando amanece a merced de un bombillo. Cuántas fiestas me habré perdido, la semana pasada por presentar exámenes en la Universidad, por estar en ese concierto, por ir a desear lo que no puedo comprar, por haberme estrellado con la policía, con los hombres, por estar metida en el taller reparando la moto. Claro la moto.

El mismo hueco de siempre, la misma avenida, igual la autopista. Las putas y los travestís por acá. El comercio, los cines y los rojos semáforos. Las nombres de las calles que pasan y se olvidan. Las puertas cerradas y tanta gente afuera. Olvidáte neuronita femenina, harta estoy de las verbenas y las fiestas familiares, de los bingos y los partidos de fútbol, quiero algo nuevo, retos adultos, experiencias duraderas, fugaces eternos y jóvenes viejitos. Nunca había volado tanto por acá a estas horas. Los carros que me dejan, el humo que queda. Cerquita vive Manuel, detrás del hotel gigantón que parece caerse. Estrellas, estrellas y estrellas, pero las negras, porque las otras se las tragó ese sol frenético con su medio día desalentador. Ahora la oscuridad, la búsqueda de un lugar, de un amanecer sin pájaros, ni ollas soplando, ni sartenes fritando, ni madres alegando. Vienen las curvas, las señales, ese viento rico que nace de mi cuerpo. Y nuevamente esos huecos que dañarán mi moto.

Las ambulancias, los heridos y tantos accidentes, como las palabras de mi madre cada vez que salgo en estas dos llantas. Los tomaderos, los grilles, las tabernas, mil cervezas, diez disparos y un muerto. En el barrio siempre el destino, la mala jugada y los hombres con mujeres en cada esquina, en cada cerveza que mean y vuelven a tomar. Voy a cien y el semáforo que siempre respeto hoy esta en verde, tristeza amigo, qué pena. La música, los sonidos y el zapateo en las discotecas, las barras y las viejotecas, los gemidos, los golpes y atracos en moteles mecánicos y llenos de grasa, hierros y borrachos. Zona de tolerancia. El sur, los apartamentos, las calles sin polvo, bonitas, sin escudos y sin prósperas navidades. Pero el mismo humo, la misma naturaleza. Las grandes casas y mis sueños todavía allí, enganchados esperando de los timbres y el dinero. A mi derecha la Universidad oscura, siniestra por sus habitantes noctámbulos y sus explosiones controladas, los graffitis, esa lucha, tal vez esa guerra de sangre. El gran comercio, el lujo soñador, las tardes pegadas a la moda entre vidrios, maniquíes y espejos redundantes de colores y chispitas.

Por fin el sol. No, el calor, la euforia, el sudor manchando secretamente nuestro cuerpo. Toda una ciudad dentro, a punto de salir, de moverse, de bailar. El grandulón y muchos queriendo matarlo a punta de balazos y tirarlo al río cicatrizado y mestizo, a esa vorágine de mugre, heces y peces de otro mundo. Los pendones, los nombres con sabor a caña, las luces mareadas, estáticas y subliminales. Las puertas abiertas y el mar adentro copulando con el calor de una salsa. Las puertas cerradas y el miedo nervioso a ver las estrellas y la luna pintadas en avisos acompasados. Buenas noches. La pista y una orquesta llevando al reto, una multitud como el mundo soñando gozar. El labial ya no será rojo, ni los tacones de diez centímetros, tampoco mis piernas ni su color acaramelado en pasión con el escote, no. Serán cinco minutos por el aire, por la izquierda y la derecha, trescientos segundos de una orgía musical y dinámica, de deseo masculino y de envidia femenina, de aplausos y popularidad. Mujeres de viernes, de sábado por la noche, que piensan en la rumba como moteles extremos y experiencias pasajeras, mujeres que dejan de serlo cuando paren una descarga o abortan un final, mujeres que no aplauden porque sus manos andan buscando su cabeza que han perdido entre botellas y polvos. Hombres, hombrecitos, jóvenes viejitos con sonrisas y diez mil pesos entre los bolsillos, con zapatos de charol.

Y la orquesta suena, retumba, hace rumba, bate la sangre, llama a la pista. El hombre estrecha mis manos, suda, me desea, pero yo giro y giro, salsero, uno dos, tres cuatro, descarga. Me levanta, el público estremece, aplaude, pide más, sabe que hay más. Apenas caigo, viví en el aire. Mi cuerpo parece temblar, aunque cada parte de él danza, se equilibra, coordina y sonríe. Es espectacular, lo sueño diariamente y cada día lo hago realidad. Gracias Dios, gracias música, mezcla divina. Tres minutos y medio, cuatro minutos, cinco.

Silencio voy a caer, a decir adiós y repetir otra vez. Ufffff, maravilloso. Para la foto, para volverlo a bailar con más calor en las venas. Allá, cerca de los músicos, de los instrumentos y del baño. Tienes talento, te mueves así por ser negro, por sonreír cuando la música no para de sonar. Pedí el trago que ya vengo. Tantas bocas tantas lenguas, tan pocas palabras, tanta ley a punto de sacarnos. Hace y hará calor. Los espejos y uno que otro paso tarareado. El maquillaje corrido, la belleza chueca y el baño atestado de damas, señoritas y vírgenes. Otra vez la pista, el licor y una nueva amistad, un nuevo engaño si caigo. Las dos, diosa. Los compromisos, el trabajo. Un placer y este día que tendrá su historia, su comienzo y su final, dentro de su propio tiempo. Escoge otra chica. Más licor, menos cabeza, hasta luego el tiempo y bienvenido otro cuerpo, otro vigor. Qué día es hoy, acordáte. A ella no le importó, porque el rumbero crea un viernecito dentro del viernes para vivir siempre ahí, enrumbado, amanecido.

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