lunes

MUERTE AL BARRIO

“La vida es un hospital
donde la pobreza es un
cáncer”
“Ahora para vos tu barrio es más pequeño”, fue el ultimátum que el destino tatuó con sangre de seis jóvenes durante la madrugada en una de las esquinas de Petuy. Exactamente dos meses atrás, en esa misma esquina, había llegado un peruano con papeletas de bazuco y cigarrillos de marihuana bajo la franquicia CabinaseInternet.com. Miguel, que vivía dos cuadras abajo, empezó a frecuentar el lugar con sus amigos y a mirar excesivamente la hija de aquel extranjero, una chica vestida de fascinación por los perfumes y el maquillaje, que ropa interior no usaba. En las tardes fumaban en el parque. En las noches pagaba dos, tres horas de Internet solo para verla, y aunque sentía interés por ella nunca cruzaba palabras, solo miradas que llegaban al tatuaje en la vejiga cuando mostraba su cintura. El peruano los envició pagándoles con bazuco si le brindaban seguridad en esa esquina donde pasaban la mayoría de tiempo fumando, vigilando que ningún mancito pasará la frontera donde huellas de muerte habían por doquier, también narrándoles historias callejeras de cuando joven en Lima, de tiroteos y del changonazo que le tumbó el brazo derecho de cuando guerrillero aquí en Colombia. Ahora con los días, robaban su propia gente, derramaban su propia sangre. La confianza sobre el peruano produjo la amistad con aquella mujer latina llamada Verónica. Durante una semana salieron y bailaron, vacilaron. Miguel le pasaba la lengua por los dientes, por los labios, la miraba, le hablaba y seguía besándola mientras recordaba palabras de su suegro: nunca la vayas a tocar, ese día te mueres y se mueren tus amigos.

Era domingo, seis de la tarde. Miguel andaba enrumbado con sus amigos hacía tres días y dos noches arriba en el jarillón que detiene al río Cauca, en casa de Adriano. Tomaron alcohol barato, y vendieron todo lo que pudieron para comprar más alcohol y un poco de marihuana, el peruano departió con ellos hasta el amanecer del sábado cuando no aguantó más el olor a vómito, la humedad, el retumbe del amplificador y las imágenes de pobreza que lo rodeaba y salió caminando con las manos en los bolsillos frontera adentro. Todos bajaron a Petuy buscando bazuco pero no había plata y la policía andaba patrullando las calles. En casa del peruano las puertas estaban cerradas, las ventanas no tenían cortinas y el letrero de Cabinaseinternet.com ya no estaba. Como pudo, llevado de dolores de cabeza y los ojos que se estallaban, llamó por celular al peruano y consiguió sacarle las últimas papeletas que tenía. Verónica las llevaría hasta el parque y allí le entregarían el dinero sin falta. No la vayas a tocar, de nuevo el peruano. Pasaron veinte minutos cuando verónica volteó en la esquina acompañada de alguien ajeno a ese territorio, quien al verlos comprendió que la vida es solo una. Verónica se acercó, entrego una bolsa plástica y extendió su mano esperando el dinero, pero Miguel la besó fuertemente sin importar su estado. Forcejearon y ella escupió. Razón tenía mi padre, siempre me fastidió tu saliva, tus labios, tu horrografía en las cartas de amor, tu lengua llena de hambre, tus a-m-i-g-o-s, tus ganas de comerme, tus pelaitos y estas calles, este barrio que más bien parece el infierno, esta pobreza que te duele, mírate, dijo Verónica alejándose lentamente. Miguel sacó su arma y disparo sin parar. Ella cayó instantáneamente mientras en su cuerpo aún penetraban los balazos que Miguel propinaba a medida que una crisis cerebral, a causa del bazuco, lo dominaba. Sus amigos corrieron como nunca, unos caían vencidos, sin fuerzas, entre el polvo y el descontrol del momento, pero todos huyeron.

Miguel escucha a la gente del barrio hacer comentarios, y se entera de que sus seis amigos ya no están, están muertos. Lee de nuevo el ultimátum escrito en la esquina y mira la frontera, las calles, el jarillón, el miedo, los pocos que quedan, sabe que el peruano le está dando muerte al barrio. Extiende sus dedos y en la palma de su mano hay dos cigarrillos, alza su cabeza al cielo y piensa: sólo Dios sabe que yo no era yo en aquel momento.

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